martes, 30 de noviembre de 2021

 
Juan Castellanos, “todavía estoy para grandes cosas”

 Con una gran sonrisa en su rostro, una mirada que expresa felicidad, de ojos color marrón oscuro, y un “hola, ¿Cómo le va?”,  me recibe en la puerta de su casa, el señor Juan Castellanos.

Al entrar a su casa, en la sala sorprende ver algunas monturas para caballos, aperos, riendas y bolsos de cuero,  antes que uno pregunte, don Juan se dispone a responder “esos son algunos artículos que tengo hechos para vender a mis clientes y para mostrarle a las personas que vienen interesados en mi trabajo”. ..

“Juanito”, como lo llaman sus amigos y familiares, nació en Pamplona el 22 de febrero de 1943, Juan José Castellanos Mogollón de 78 años de edad, es hijo de Felisa Mogollón y Antonio Castellanos de Herran,  un pueblo de clima templado, ubicado en la frontera con Venezuela, tan solo a 10 kilómetros lo separan de Las Delicia. Es bisnieto del General Justo Pastor Mogollón, que guarda gran  historia detrás de él. Es el segundo de diez hermanos y recuerda que gran parte de su infancia la paso en un pueblo llamado El Camellón en Pamplona. Estudio en la Escuela Normal Superior de Pamplona, hasta primero de bachillerato.

Don Juan ha hecho muchas cosas en el transcurso de su vida, de pequeño aprendió el arte de elaborar velas de su padre que tenía una fábrica, lo menciona como si fuera ayer y se encarga de explicarme, “para hacer una vela, se derrite la cera, luego se espabila y se corta dependiendo el tamaño que se iba a vender”, agrega, “en mis tiempos esas velas se vendían mucho porque no había electricidad y esa era la forma de alumbrar”.

Se enamoró muy joven, de una mujer que fue todo para él, quien lo enseñó a vivir, a trabajar, de quien se refiere de la mejor manera con las siguientes palabras, "el ser que soy hoy en día, se lo debo a ella". Le ha tocado luchar y pasar por dificultades que le han enseñado a valorar cada detalle, y como él mismo dice, “unos días se sufre y otros se gozan”, pues cada experiencia de su largo vivir lo han formado como un hombre justo, humilde, trabajador, honrado y  colaborador.

Aprendió el arte de la talabartería a la edad de 18 años, por medio de su suegro Gregorio Acero Torres y desde entonces con el transcurso de los años siguió constantemente perfeccionando este arte y haciéndolo mejor cada día, recorriendo diferentes lugares que le han dejado aprendizajes y experiencias significativas. Al llegar a Sevilla en Cúcuta, empezó a ser más reconocido entre la gente, vendiendo sus productos a Ecopetrol y Mesacé empresas reconocidas en el mundo de la talabartería.  Poco a poco logro tener su propio negocio, ubicado en la avenida 4 entre calles 6 y 7 de Cúcuta, llamada La talabartería de Don Juan, luego de 5 años paso a trabajar desde su casa, donde lleva más de 23 años demostrando que la talabartería es su pasión.

Considera que el oficio de la talabartería con el tiempo ha sido desplazado a causa de la forma de movilizarse la gente, pues una moto o un carro generan mayor rapidez, que un caballo, que necesita alimento y medicina para mantenerse sano. Para construir una montura, tradicionalmente su base es en madera, actualmente también de materiales sintéticos, luego se hace el asiento, las correas, las detalles, el color entre otros,  que depende de los gustos del cliente y la creatividad.

Hace más de 20  años  vive en la ciudadela Juan Atalaya de Cúcuta, en el barrio Rosal del Norte.

La casa que habita está compuesta por tres habitaciones, una sala y un patio trasero que utiliza de taller donde acumula sus herramientas, cueros, remaches y demás cosas que utiliza para realizar sus artículos para la venta.  Actualmente tiene una familia que siempre le han brindado apoyo incondicional en todas sus dificultades, familia que ama y es su mayor bendición.  

Su buen humor y carisma es lo que caracteriza a Juanito, pues demuestra que sacar una sonrisa a alguien en momentos difíciles es una forma de escapar de los problemas y la realidad que a veces nos acomplejan.  Y se atreve a contar uno de sus chistes en medio de la conversación, “ llega un 100 pies a un partido de fútbol, durante el primer tiempo, el 100 pies le pide al entrenador que lo meta a jugar…  ya para el segundo tiempo el entrenador cansado de escuchar lo mismo, le dice que entre a jugar,  a lo que el 100 pies le responde, pero me espera, que me debo amarrar los zapatos”.

Entre risas, chistes  y anécdotas don Juan se despide diciendo, “Todavía estoy para grandes cosas”, para mí la talabartería lo es todo, es ese arte de trabajar diversos artículos de cuero o guarniciones para caballería, un oficio que me ha dado mucho en esta vida”.

Por María Alejandra Cárdenas Ortiz

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